Basada en los diarios y estudios del explorador alemán Theodor Koch-Grunberg (1872 – 1924) y el biólogo estadounidense Richard Evans Schultes (1915 – 2001), El abrazo de la serpiente nos presenta dos líneas de tiempo en paralelo que tienen más en común de lo que parece. La primera historia se desarrolla en 1909 y es protagonizada por Theodor (Jan Bijvoet), un explorador moribundo que desea conseguir una misteriosa planta llamada yakruna a la que se le atribuyen capacidades curativas y mágicas. Acompañado por su fiel amigo Manduca (Yauenku Migue), un indio civilizado, Theo se dirige al corazón de la selva para pedir la ayuda de Karamakate (Nilbio Torres), un misterioso chamán que se cree el último sobreviviente de su tribu y que parece ser el guardián de la enigmática planta. En paralelo, seguimos otra línea de tiempo, ambientada en 1940, donde se narra la travesía de Evans (Brionne Davis), un biólogo norteamericano que, inspirado en las investigaciones publicadas de Theo, decide emprender un viaje en busca de la yakruna. A diferencia que su antecesor, Evans se consigue con un Karamakate viejo (Antonio Bolívar), dócil y amnésico que se define a sí misma como carente de alma. A pesar de esto, el antiguo chamán accede ayudar a Evans en su búsqueda con la esperanza de conseguirse a sí mismo y recuperar su memoria.
Contrario a lo que podría pensarse (por ser una película de autor, rodada en blanco y negro, ambientada en la selva, con pocos personajes y con tintes antropológicos), El abrazo de la serpiente dista mucho de ser un largometraje de ritmo lento o contemplativo. Aunque su trailer la vende como si fuese la típica historia de “cine para cineastas” —críptica, pretenciosa, con una propuesta visual y narrativa densa—, la película de Guerra resulta poseer un ritmo superior —en muchos momentos— al de cualquiera de sus homólogas nominadas a Mejor Película Extranjera en los premios Oscar del 2016 (El hijo de Saul, Mustang, Theeb, Krigen, todas espectaculares, vale la pena acotar). Parte de este acierto se debe a la transformación de la selva a un cuadro en blanco y negro de alto contraste, robándole un poco de su obnubilante encanto, para enfocarse por completo en las dos historias que desarrollan sus protagonistas. Una elección valiente y arriesgada en la que Guerra se balancea con maestría, jugando con lo imponente del paisaje sin olvidarse del mundo interior de sus personajes. En este punto, es clave la fotografía de David Gallego que logra fundirse con la narrativa, colocándose al servicio de ella, creando cuadros hermosos, orgánicos y sumamente expresivos. Esto apoya la puesta en escena de Guerra, que se debate entre lo documental y lo artístico, dando como resultado una mezcla única. Guerra crea con la cámara un universo sólido y explora la mitología de la selva con una sensibilidad encomiable. Aunque no esconde sus referencias (Fitzcarraldo, Jericó, The Mission, Apocalypse Now, entre otras que saltan a la vista, por no hablar de las literarias como Quiroga, Conrad y Stevenson), sabe bien cómo separarse de los clásicos y abrirse paso entre ellos para retratar su propia versión de la selva.
A pesar de su monumental impronta visual, el principal bastión de El abrazo de la serpiente, es su historia: un guión redondo con buen ritmo y desarrollo de personajes casi perfecto. El arco dramático de Karamakate, la transformación de Evans, los horrores que sufre Theo, todo el mundo y conflicto interno que viven sus protagonistas se traduce en imágenes poderosas que nos arrastran en la vorágine en la que se ven envueltos desde el primer plano de la película. De las actuaciones hay poco que acotar, sus principales estan al pelo y los secundarios tienen tanta fuerza que en poco tiempo en pantalla se roban el show (como es el caso de nuestro Luigi Sciamanna o Nicolás Cancino). Por supuesto, otro de los principales protagonistas de la historia es la selva en todos sus gradientes. Como si fuese la paleta de grises de la película, se nos presenta en sus facetas más luminosas (en la camaradería entre tribus, sus rituales y sabiduría) y por supuesto, las más oscuras (el dogmatismo religioso, la explotación y esa vida salvaje que termina rompiendo los cimientos de la sanidad de cualquier hombre), dándonos un retrato fidedigno (y gracias a Dios, nada moralista) de todas las historias que se esconden entre el verdor de ese universo. Todo esto a través de un viaje cargado de imágenes, símbolos y metáforas que amplifican el discurso de la película, la mitología del lugar y que nos ayudan a conectar con el viaje metafísico que hacen sus personajes al adentrarse en el corazón de la selva. Una experiencia difícil de poner en palabras y que Guerra logra plasmar con maestría gracias al poder de los planos que crea y la sutileza de una historia que permite una decena de lecturas.
Es una lástima que haya llegado tan tarde a nuestras salas de cine y que muchos espectadores la hayan disfrutado en casa. Más allá de su fotografía imponente, el trabajo de sonido espectacular, El abrazo de la serpiente es una experiencia netamente cinematográfica para vivirla en una sala de cine (como Baraka, The Tree of Life o Love). Un viaje que conectará al espectador, al igual que los protagonistas guiados por Karamakate, a lo más profundo de sí mismo para conseguir esa yakruna que cambiará su vida para siempre.
Por: Luis Bond | TW: @luisbond009
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